Todos conocemos el mito. Una camioneta blanca se arrima a una calle y una piba desaparece. “No la vieron más”, dice la historia repetida. Publicamos historias de Instagram, pedimos difusión en Twitter, escribimos en los grupos de Facebook la patente de la camioneta rogando que alguien la identifique y dé la ayuda que la policía se rehúsa a dar.
Son tantos los casos que perdemos la cuenta, se nos mezclan los nombres. Para el imaginario colectivo esa camioneta está llena de hombres que van a golpear, violar y matar a esa y muchas pibas más. Pero, los delitos están más organizados y están más cerca de lo que creemos: está en la esquina, en la casa abandonada a unas cuadras de nuestras casas, en algún “bar”.
Hoy vimos un intento de secuestro en Quilmes. Y en las noticias ya se ve la cara de Tehuel, desaparecida desde el 11 de marzo, luego de juntarse con un hombre que le ofreció un trabajo como moza en un evento.
El silencio es el arma que permite que las realidades se mantengan ocultas: la trata existe y, de su mano, la prostitución. El sistema prostituyente no se compone solamente de proxenetas, sino también de jueces, fiscales, policías, gendarmes, entregadores, agencias de turismo, transporte, y muchos cómplices más. ¿Por qué un sistema gigante permanecería oculto aún cuando desaparecen pibas a diario si no fuera por la combinación de connivencia tratante y falta de información en la sociedad?
Es la trafic blanca, sí. Pero también es un anuncio de oferta de trabajo como mesera, personal de limpieza o cuidado de niños, ancianos y enfermos. Es alguien que te ofrece un trabajo en Capital, diciéndote que de esa manera podés enviarle dinero a tu familia en alguna provincia. Es un agente invitándote a un casting de modelaje o actuación, o presencias en boliches. Lo vimos en el caso de Luna Ortíz, que desapareció el 2 de junio de 2017, cuando dijo que iba a ver un puesto de trabajo en la ciudad de Benavídez y al día siguiente apareció muerta.
Es un novio, una pareja, que dice que la prostitución es una “forma rápida de ganar plata”, que “si te prostituís unos meses podemos salir de esta”. Lo sentimos en el caso de Ailén López, que desapareció por primera vez en 2013 en la zona de Longchamps, cuando tenía 17 años, y fue encontrada con Ariel Santas, con quien mantenía una relación desde hacía dos años, confundida y con mucho dolor. Había sido drogada y retenida por quien era su novio. Ese mismo año volvió a desaparecer y, desde entonces, se desconoce su paradero.
Son ofertas que intentan decirnos “es un tiempito y ya está”, pero resultan terminar en un prostíbulo donde no hay cadenas, pero si una usurpación de la libertad.
Como dice nuestra fundadora Margarita Meira en su libro Margarita y la Anaconda, la prostitución es un entramado silencioso que se asimila a esa serpiente: “La anaconda no mata inyectando veneno sino abrazando a la víctima hasta sofocarla; debido a su tamaño es de movimientos lentos y necesita que la víctima esté distraída o disminuida para poder acercarse a ella. De la misma forma trabajan los proxenetas para captar a nuestras hijas y venderlas como mercadería para la prostitución”.
Y todo esto comienza con esa trafic blanca, con un mito popular que nos gusta repetir pero no investigar. Según el Informe Global sobre Trata de Personas (2018), entre 2014 y 2016 ocurrieron alrededor de 24.000 casos documentados de trata de personas en 142 países. Esa red silenciosa que se lleva a nuestras pibas está al lado nuestro, lo único que necesitamos es aprender a verla. Y una vez que la identificamos, hablar sobre ella.
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